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Rafel Nadal: "Sin las mujeres la posguerra no se entiende"

Por Arantxa Carceller

Entrevistamos al periodista y escritor Rafel Nadal (Girona, 1954)por su novela El hijo del italiano (Premio Ramon Llull), donde narra la historia Mateu, que está ligada al millar de italianos supervivientes del hundimiento del acorazado Roma y su estancia como refugiados en Caldas de Malavella en 1944. Mateu sabe desde pequeño que es diferente a los demás, pero no le da más importancia, hasta la muerte de su madre. A raíz de aquí, Mateu comienza la búsqueda de su padre biológico, que sospecha es uno de aquellos italianos que estuvieron en el pueblo durante la Segunda Guerra Mundial. Estructurada en tres partes, Nadal narra, rescata, de una forma brillante esta historia que no forma parte de la historia en mayúsculas, para que no caiga en el olvido.

¿Cómo nace esta historia tan poco conocida?

“Me cayó como un regalo, en un club de lectura. Estábamos hablando de un libro anterior, La maldición de los Palmisano, y cuando ya acabamos el club se levantó una persona, que no conocía de nada, y me preguntó si me gustaría conocer la historia de mil marineros italianos que se habían refugiado en los balnearios de Caldas en el año 44 en plena Segunda Guerra Mundial. Lógicamente, le dije que ya podía empezar a hablar, y cuando vi de que iba la historia quedamos a comer al día siguiente. Ahí, me enamoré de la historia. Vi que era un material literario muy fuerte y, sobre todo, el hombre me tentó, me hizo un poco de spoiler, me adelantó que la historia acababa con tres matrimonios, tres marineros con chicas de la comarca, y además que la rumorología decía que en el pueblo había un rastro mucho más amplio en forma de lo que antiguamente y muy despectivamente se llamaban hijos ilegítimos. Ahí puse unos ojos como platos y me dijo que podía presentarme a una persona de setenta años, que estaba buscando a su padre entre estos mil marineros. Esto definitivamente me hizo ver que era una historia fantástica. Me llevó a conocer a este hombre y a partir de ahí empieza la historia de Mateu, que es el protagonista de la primera parte del libro, de cómo descubre que es hijo de un italiano y cuando muere su madre, finalmente, se decide a buscarlo.”

La novela no tiene una estructura convencional. ¿Cómo nace está idea?

“Me interesaba mucho que en la primera parte, la familia de Caldas, cada protagonista tuviera cada uno su voz. La voz de Mateu es muy cautelosa, más que hablar dicta sentencias. Es un hombre reservado, e intento recoger todo eso. En cambio su mujer es todo lo contrario, es expansiva simpática, parlanchina. A mí,  me decía: todo lo que no te cuente él, llámame a mí que yo te lo contaré. Él se reía y lo aceptaba, porque ella me daba los complementos de las partes en las que él, que es un hombre de muchos silencios, no quería entrar. Las hijas tienen un vocabulario más contemporáneo. Cuentan mucho menos, porque algunas partes las han conocido a través del libro y no lo sabían. El hermano tiene una voz más directa, más deshinibida, porque era muy loco de crío y de joven y, le ha quedado una voz muy independiente y sin manías. Luego la parte de los italianos, con este marinero, su esposa e hijos y ver que se siente cuando abres la puerta y te preguntan con que alguien te pregunta si eres su padre. Hay la voz también es muy expansiva, muy generosa. En medio, un narrador distante que lo sabe todo y que por tanto entre intervención e intervención de los protagonistas puede ir contando lo que pasa de una manera eficaz.”

El hijo del italiano es una búsqueda de la memoria, para construir el futuro, ¿por qué a veces sobrevive ese miedo a recuperar nuestra memoria?

“A estas alturas deberíamos mirar al pasado con mucha más curiosidad, porque es verdad que de ahí venimos y eso es lo que ha prefigurado la sociedad en la que hemos acabado viviendo. Venimos de una preguerra, una guerra civil, una posguerra durísima, pero también de dos contiendas europeas muy dramáticas, y todo eso ha condicionado todo el entorno Mediterráneo de una manera definitiva. Se ha escrito mucho sobre la guerra, la República, el franquismo, pero sobre la posguerra cotidiana, sobre las pequeñas cosas, el día a día, se ha escrito muy poco y hay mucho por explicar. Es un poco lo que intento hacer en mi novela, que esté muy recogido el ambiente de la época, la dureza del momento, que la vida era en color, que no era en blanco y negro, porque salía el sol cada día, porque el mar era una maravilla, los campos en primavera estaban preciosos. Pero había gente, que no podía vivir esta vida en color sino que le tocaba vivirla en blanco y negro, sufriendo hambre, sin trabajo, sometidos a la arbitrariedad del poder y de los más poderosos, y eso es un poco lo que recoge el ambiente en el que luego intercalo la historia y los personajes.”

Con esta novela, ¿estamos ante un claro ejemplo de las miles de historias anónimas que merecen ser rescatadas?

“Efectivamente. Creo que en cada familia, en cada pueblo, como mínimo, hay una novela. Simplemente hay que saber modularla y narrarla de forma conveniente, pero que hay un material literario de primer orden es evidente. Vayas donde vayas, si estás dispuesto a escuchar , te cuentan historias que son fantásticas. Venimos de un mundo convulso, que luego ha desembocado en un crecimiento económico muy fuerte pero muy rápido y, por tanto, ha transformado la vida de una forma muy radical. Todo eso provoca personajes, escenas, que están sometidos a unos vaivenes constantes, y te permite trabajar muy a fondo la personalidad de los personajes y retratar muy bien sus almas.”

Al hablar de memoria, no podemos olvidar el papel que juegan las mujeres a lo largo de toda la novela (y la historia). ¿Hasta qué punto considera que son cruciales?

“Sin las mujeres la posguerra no se entiende. Los hombres mueren en el frente, muchos son hechos prisioneros y van a parar a las cárceles franquistas, algunos van al exilio, y el resto vuelven derrotados, deprimidos, tanto si son del bando ganador como del perdedor, porque vienen de tres años de una guerra durísima, que no llegan a comprender, porque ninguno tiene sus ilusiones satisfechas. Es un fracaso para todo el mundo. Las mujeres, que también sufren igual y también están desmoralizadas como los hombres, no tienen derecho a la depresión. Ellas, al día siguiente de terminar la guerra, el primer día de la posguerra, son las que se levantan a las cinco de la mañana, las que encienden el fuego, las que empiezan a tirar hacia delante. Ellas ya han sufrido la guerra, porque han trabajado ocupando los puestos de los hombres. Cuando acaba la guerra, siguen trabajando en el campo, trabajando las fábricas, trabajan en casa, dirigen la economía, o la miseria familiar. Las mujeres, y eso se ha contado menos, son las que dirigen a las familias intelectualmente. Las mujeres tiene la clarividencia, una fe ciega, en la educación. Son las madres las que quieren que sus hijos vayan a la escuela y tengan un futuro mejor, e incluso las niñas, aunque su final sea casarse, quieren que estén un años, dos más en la escuela, porque aunque estén condenadas a lo que están en aquella época, saben que cuanta más educación tengan, más independencia tendrán dentro del matrimonio y dentro de aquella España en la que para cualquier cosa la mujer necesitaba el permiso del hombre. Ese es un mundo que todavía hemos contado muy poco y eso vale para las clases populares, para la gente derrotada en la guerra civil, para las mujeres republicanas, pero vale también para la burguesía porque si te vas a regiones como la zona del cava en Cataluña, ahí cuando acaba la guerra, las que reconstruyen las fabricas y ponen la producción en marcha son las mujeres, por ejemplo, las grandes propietarias de Freixenet.”

¡¡Disfruten de la lectura!!

Rafel Nadal i Farreras (Girona, 1954) escribe en La Vanguardia y colabora habitualmente en RAC1 y TV3. Fue director de El Periódico de Catalunya desde mayo de 2006 a febrero de 2010, período durante el cual el diario recibió numerosos premios, entre los que destaca el Premio Nacional de Comunicación. Es autor de Els mandarins, un libro de retratos sobre el poder; Quan érem feliços (Premi Josep Pla 2012), una obra de referencia de la literatura memorialística; Quan en dèiem xampany (2013), una saga familiar a caballo entre Cataluña y la Champaña francesa traducida al castellano con el título Días de champánLa maledicció dels Palmisano (2015) y La senyora Stendhal(2017), traducidas a veintidós y a cinco idiomas respectivamente.

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