De Santiago a Muxía
Dos peregrinos en busca del fin del mundo
Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.
Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa…
Rosalía de Castro, Negra Sombra, Follas Novas, 1880
Por Arantxa Carceller
Dos peregrinos en busca del fin del mundo, o en busca de una aventura. Este viaje se hizo del 28 de abril al 5 de mayo de 2018 y aquí les dejamos nuestra experiencia por si quieren tomar nota y adentrarse en el camino.
Nuestra aventura empezó el 28 de abril. Partimos de Valencia en dirección a Santiago de Compostela. Atravesamos en coche los diferentes paisajes de la Castilla del Hidalgo Don Quijote y la sierra madrileña hasta desembocar en la meseta castellana. Preámbulo de nuestro destino. Lo bonito de conducir y recorrer diferentes caminos son los contrastes que encuentras a medida que el viaje avanza. El tiempo nos acompañaba, tan solo una ligera brisa jugaba a despeinarnos el cabello. Qué bonito es nuestro país. Qué suerte la nuestra. España es un lugar de hermosos contrastes, podemos sumergirnos en verdes prados y vastas explanadas que se pierden en el infinito, para luego, surcar magistrales montañas de bosques tupidos, que apenas dejan entrar en haz de luz donde el verde adquiere diferentes tonalidades de una forma, incluso, mágica. Santiago de Compostela nos recibió nublada y rebosante de vida. Unos que llegábamos, otros que marchaban. Santiago siempre está llena. Nos alojamos en el albergue, que también tiene opción de hotel, La Salle, donde recibimos un trato atento y magnífico. Quien tenga prejuicios sobre los gallegos, nada como una escapadita para comprobar que tienen un sentido del humor brillante. Tras soltar las mochilas, decidimos callejear por el centro histórico. La catedral quedaba reservada para nuestro último día. Nada como recorrer las calles de una ciudad para empaparse de ella y descubrirla. Aunque nuestro paseo fue breve, había que reservar fuerzas y descansar. Nos esperaban cinco días de caminatas, y sinceramente, yo no las tenía todas conmigo. Eso sí, antes de regresar al albergue, decidimos darnos un riquísimo homenaje en el restaurante San Clemente, donde les recomiendo hacer un alto en el camino si tienen oportunidad.
29 de abril. El despertador sonó a las 7 a.m.. Compartimos habitación con una chica de EEUU, que ya había terminado su peregrinaje y ahora regresaba a casa. Podría contarles alguna que otra pequeña anécdota, pero discúlpenme si me reservo algunas para el álbum familiar. Nosotros empezábamos el viaje, y mientras me ponía una pomada para prevenir las bambollas me acordé de aquellas palabras de Bilbo Bolsón a Frodo: «vas hacia el camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán». Y allí iba yo, hacia el camino, sin preparación alguna y unas zapatillas por estrenar. Este camino, ya descrito en crónicas del siglo XII, llevaba a los peregrinos de aquella época a un promontorio que era considerado el finis terrae de la Península. El objetivo del día era llegar A Chancela en Negreira. Veintiún kilómetros nos separaban de nuestro próximo destino. Empezaba nuestro camino, desde la emblemática plaza del Obradoiro, al fin de la Tierra y «atrás queda el panorama pétreo de la urbe soñadora y se desarrolla el paisaje de la Mahia, tierra baja, frondosa, cubierta de pinares, jalonada de esmeraldinas riberas con saltarines regatos y boscajes umbrosos y deleitables», como bien describió Luciando Huidobro y Serna en Las Peregrinaciones Jacobeas. Tras dejar a una Santiago de Compostela cubierta por un manto de niebla, nos adentramos en los bosques típicos de Galicia de robles y eucaliptos que se alternaban entre grupos de casas dispersas. ¡¡Cómo no creer en las meigas!!
El camino está perfectamente señalizado, aunque en esta etapa no suele haber muchos peregrinos. La orografía del paisaje se ha visto alterada a lo largo de los años, a consecuencia de la construcción de carreteras y poblaciones, por ello, algunos tramos transcurren por carreteras de doble sentido, que puede conllevar algún pequeño susto. Pero nada grave si se está atento. Tras dos horas de caminata se aconseja parar a tomar un café y calentar el cuerpo. Galicia es Galicia. La mayoría de peregrinos que nos cruzamos eran alemanes, portugueses e italianos. Es increíble ver cómo numerosas personas, creyentes y no creyentes, de diferentes nacionalidades se integraban en el paisaje con un objetivo común, al tiempo, que creaban un código de hermandad entre todos aquellos que viajábamos hacia el fin del mundo. Como me dijo mi padre: «el camino no es solo andar», así que disfruten del paisaje y la experiencia que supone el propio camino en sí mismo, porque es increíble.
Esta etapa no es la más dura del trayecto, aunque aconsejo paciencia para la subida de Mar de Ovellas, y si el tiempo les acompaña, a nosotros nos llovió a cántaros, deténganse en el Ponte Maceira que cruza el río Tambre. Es una escena de postal. Tras dos kilómetros más, llegamos a nuestro destino A Chancela, donde nos alojamos en el Albergue Anjana, un pequeño oasis después del recorrido. Allí nos recibió Miguel, muy amable y solícito, y quien se encargó que nuestra estancia fuese lo más placentera posible. Si buscan dónde comer les recomendamos el Hotel Millán, nada como un buen caldo gallego para sacudirnos la lluvia de encima. Para la noche, les recomendamos visitar la Taberna A Esmorga, pero ojo con los bocadillos de 45cm y con los pimientos de padrón, recuerden el dicho: «unos pican y otros no».
30 de abril. Segundo día de A Chancela a Santa Mariña, 21km, aunque hay algunos caminantes -los mejor preparados- que prefieren llegar hasta Olveiroa. Nosotros no estábamos en ese grupo. De momento, los pies iban bien, pero no olviden si deciden hacer el Camino de Santiago embadurnarse los pies con Compeed y si detectan una incipiente bambolla utilicen Apósitos Compeed, son increíbles. Si les soy sincera, tras enfrentarme al primer día, les diré que no es tan duro como uno puede imaginarse y la sensación es realmente agradable. Durante el camino rompes con la rutina de una forma radical, atrás dejas todos tus hábitos, empiezas una vida nómada de albergue en albergue, donde conoces a gente de diferente nacionalidad, ideología, religión, etcétera. E incluso, llegas a empatizar con el tiempo, porque trayectos que hoy en día podemos hacer en una hora en coche, allí tardas 5 días!!, pero eso también forma parte del camino. Y el tiempo deja de ser tan enemigo, como le dijese el Sombrero Loco a Alicia. “-Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo –dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!… El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj”.
Como les decía, nosotros decidimos que la segunda etapa fuese hasta Santa Mariña. El tiempo no acompañaba mucho, bueno, fue la tónica del viaje, pero como dicen los gallegos, «mejor no mirar el tiempo» si se quieren hacer cosas. Llevábamos dos días de camino, y en ese transcurso nos llovió, granizó e hizo frío. El sol. En cambio, se convirtió en un extraño, aunque añorado, compañero de viaje. Esta etapa fue mucho más suave que la anterior, había tramos realmente hermosos. Los bosques de Galicia son preciosos, no es de extrañar que allí proliferasen las historias sobre meigas o la Santa Compaña. El paisaje recordaba a la fantasmagórica, y a su vez bucólica, campiña inglesa de cualquier novela gótica del siglo XVIII. Los bosques y los prados sorteaban carreteras secundarias, donde el murmullo del agua se convirtió también en un compañero más del viaje. Tras Vilaserío, dejamos atrás los frondosos bosques para desembocar en una amplia senda rodeada de grandes extensiones de cultivo. Aquí el camino se hace mucho más tranquilo. Una vez llegamos a Maroñas la llegada a la aldea de Santa Mariña era ya como un breve paseo. Nuestros pasos se detuvieron aquel día en el albergue Casa Pepa, donde se come muy bien, con platos abundantes y a buen precio. Como curiosidad les diré que está enfrente del cementerio de Santa Mariña, es curioso poder tomarte una cerveza desde la terraza de Casa Pepa mientras enfrente coronan el cielo parejas de ángeles mudos y cruces de piedra. Por cierto, como anécdota decirles que al estar en el punto más occidental de la península, allí anoche más tarde. A las 21:15/30p.m. ¡¡aún brilla el sol!!, bueno, el día que decide asomarse el sol.
1 de mayo. Tercer día de camino. El objetivo de esta travesía para nosotros era llegar hasta Cee. 31,5km. Esta etapa es una de las más duras, y por suerte, aquí el tiempo sí nos acompañó. El sol lució radiante hasta nuestra llegada a la bonita Cee, en la Costa da Morte. Ésta junto con la de Fisterra – Muxía fue una de las más difíciles. Aquí, paciencia y más que nunca: ¡¡buen camino!! Abandonamos Santa Mariña por una carretera asfaltada hasta Gueima, para proseguir la travesía hasta el Monte Corzón y tomar el camino que cruza el río Xallas. El próximo punto Olveiroa. He aquí, uno de los tramos más bonitos hasta llegar a Cee, surcando bosques, ríos, mientras a nuestro paso encontrábamos numerosos hórreos. Además de disfrutar del paisaje, como los campos de cultivo o el Monte Do Lousado, les recomiendo estudiar el tramo a realizar detenidamente, porque hay intervalos donde no encontrarán nada para poder comer o beber algo, si no se lleva en la mochila. El avituallamiento es esencial. Y ojo con la bifurcación, porque algunos se confunden y un camino lleva a Fisterra y otro a Muxía. Nosotros giramos en dirección a Finisterre. Después de bosques y prados aún les queda otra imagen para recordar, o eso nos pasó a nosotros. Será porque nacimos en el Mediterráneo, qué le vamos a hacer ya lo decía también Serrat, pero cuando llegamos al cruceiro da Armada empezamos a otear el Atlántico, el Cabo de Finisterre, y es imposible resistirse al embrujo del mar. Aquí, después de toda la caminata y el cansancio de la jornada, les recomiendo precaución, porque el descenso hacia Cee es muy empinado, por ello, es también aconsejable demorarse en el camino y disfrutar de las vistas, ante ustedes la ría de Corcubión.
Como les decía unas líneas más arriba, el camino son muchos elementos y creo que con mayor sentido en estos tiempos tan vertiginosos donde vivimos a golpe de clik. A día de hoy nuestras vidas son auténticos carruseles, donde parece que está prohibido parar. Somos esclavos del trabajo, las facturas, las exigencias, ¿pero dónde quedan los pequeños detalles? ¿Dónde queda el análisis y la reflexión pausada? Nuestras rutinas cotidianas pueden llegar a ser asfixiantes, en cambio, mientras andas durante el camino, suelen ser jornadas de cinco horas, adquieres una mayor conciencia del tiempo, y quién sabe sino de la vida misma. Parece que a cada paso reaprendemos a querer un poco más la vida, reaprendemos a encontrarnos con nosotros mismos. Solo somos una mota de polvo en un mundo muy grande, y además, con fecha de caducidad. Quizás si tomásemos consciencia de la brevedad de nuestra existencia, quizás nos diese por construir de verdad un mundo más justo, más bueno.
Siguiendo el hilo de nuestra andanza, aquella jornada dormimos en el albergue Moreira, que está ubicado enfrente de la bahía. Las vistas apaciguan el cansancio del día. Cee fue un hermoso respiro en el camino. Aunque nos dolían los pies y los gemelos, callejear por las calles de Cee fue reconfortante, y sobre todo, comer y cenar en Mesón O Galego, ubicado en la misma calle del albergue. El trato es más que excelente, la comida buenísima y a muy buenos precios. Si deciden parar en Cee, ya sea por el camino o porque veranean por la zona, no duden en visitar el Mesón O Galego, no les defraudará. El día que estuvimos en Cee se celebraba el Día da Muñeira, así que decidimos ver los bailes regionales y pasear por el paseo marítimo, aunque a medida que avanzaba la tarde el viento empezó a arreciar con fuerza hasta desembocar en una tormenta al caer la noche. Aquella lluvia marcaría el inicio de nuestra siguiente jornada.
2 de mayo. Nos despedimos de Cee bajo una lluvia fría y húmeda, aunque con el estómago lleno gracias a un sabroso desayuno en Mesón o Galego. Decidimos bordear el paseo marítimo para alcanzar la subida del Corcubión, mientras observamos la belleza velada de esta población, la del Corcubión, con sus casas solariegas y casas de galerías acristaladas mientras en la bahía amarrados quedaban los barcos. He aquí, el único tramo pesado de este itinerario, tras la Iglesia de San Marcos, hay una estrecha senda, empedrada y con escaleras. La lluvia nos acompañó, sin tregua, durante todo el día, tan solo decidió parar a las 23pm de la noche. Creo que es uno de los tramos más bellos del camino, caminar junto a la Costa da Morte, sin embargo, nosotros no pudimos disfrutar mucho de las vistas, ni de las calas que dormían al abrigo de las montañas, por las inclemencias del tiempo. Cuando estás unos cuantos días en Galicia no te extraña que el musgo campe a sus anchas por árboles o caminos. Es el auténtico dueño del viaje. Por suerte solo nos separaban de Fisterra 15 km. Así que armándonos de buen humor y mucha paciencia, afrontamos esos quince kilómetros bajo la terca e insistente lluvia. Tras la subida del Corcubión y un avance por carreteras secundarias, el camino continúa en suave descenso hasta la playa de Sardiñeiro, que nos llevará a través de dunas y la playa de Longosteira a Fisterra. A pesar de la lluvia nos detuvimos a sacar algunas fotografías del paisaje, aunque ojalá otro día podamos regresar y disfrutar de esas hermosas calas y playas.
Calados de agua de pies a cabeza, ya daba igual el chubasquero o las zapatillas goretex, entramos en Fisterra en busca de nuestro refugio, el Albergue Finistellae, ubicado cerca del puerto, donde podrán encontrar varios restaurantes. Les recomiendo el Restaurante El Puerto -la mariscada a 20€ es una buena opción-, aunque por allí pueden ver que hay muchas ofertas. Tras una ducha caliente y llenar la tripa, nos dirigimos al famoso Faro, hacia el kilómetro cero. Los afortunados podrán disfrutar de una bella puesta de sol desde la playa de Mar de Fóra o desde el monte del faro, donde los antiguos peregrinos, según la tradición, quemaban sus viejas ropas. Sin embargo, nosotros ni quemamos nuestras ropas ni pudimos disfrutar de un bonito atardecer. En cambio, nuestra experiencia también tenia cierto encanto. Aquella tarde el faro del fin de la tierra parecía el pintoresco Antonio Bay de la película La Niebla de John Carpenter. Supuestamente, a nuestros pies se extendía el indomable Atlántico, no obstante, nosotros solo pudimos divisar un denso manto de niebla, que apenas nos dejaba ver más allá de nuestros pasos, en aquella tierra de leyendas y naufragios. Este faro está incluido en la ruta de los faros de la Costa da Morte, un especial recorrido por la costa gallega con unas fascinantes vistas del Atlántico. Nosotros nos lo apuntamos en la agenda, quién sabe si volveremos a embarcarnos en otra aventura así. Por cierto, si se fijan en muchas poblaciones de costa, e incluso del interior, hay numerosas esculturas que recuerdan y homenajean a los gallegos que durante años han sido inmigrantes. Padres que dejaban en tierra firme a su mujer e hijos en busca de un futuro mejor. ¿Les suena esta historia? Nadie deja su tierra por voluntad. Todos tenemos derecho a una vida digna, ya seas gallego, congoleño o venezolano. ¿Nos les parece? Galicia es un pueblo de migrantes, ellos bien lo saben. A pesar del mal tiempo, nuestra estancia en Fisterra fue entrañable, hicimos un poco de turismo, compramos unos cuantos souvenirs y descansamos antes de encaminarnos hacia nuestra última etapa, Muxía. Por último y antes de saltar a nuestro último tramo, les diré que el tiempo volvió a sorprendernos, cuando estábamos terminando de cenar paró de llover, al fin, y aún pudimos ver unos cuantos rayos de sol que bañaron de luz los barcos del puerto.
3 de mayo. Último tramo, dirección Muxía. 29 km. Pero qué veintinueve kilómetros. Este tramo se caracteriza por ser de doble sentido, es decir, unos van hacia Muxía, otros, en cambio, a Finisterre. Esta es una etapa rocosa y bastante dura, y ojo porque hasta Lires no hay ningún bar donde parar a tomar algo, tanto en un sentido como en otro. Tras dejar atrás Lires hay que subir y bajar por pistas y bosques, y, según podemos leer en la guía Eroski -buen manual para planear el camino- pisa el territorio de la legendaria ciudad romana de Dugium. Desde Lires, sobre el río Castro, vamos ascendiendo hasta el Facho de Lourido, el punto más alto de la etapa, para luego converger en un descenso que conduce a Xurarantes y a la bonita playa de Lourido, una bella estampa que se insinúa como prefacio de Muxía. ¡¡¡Sí!!! Lo conseguimos. Tras cinco días, por fin, alcanzamos nuestra última etapa. Y qué bien nos sentimos, además de afortunados, nuestro albergue estaba a la entrada de Muxía.
En la bella Muxía, nos alojamos en el albergue Da costa, donde disfrutamos de unas vistas increíbles del Atlántico desde el Cabo Touriñán. Aunque el sol nos acompañó durante todo el día, soplaba un viento horrible, del que se quejaban hasta los propios gallegos. Tras acomodarnos y comer en uno de los restaurantes del puerto, les recomendamos cualquiera de ellos, dimos un pequeño paseo antes de intentar capturar el atardecer. Sin embargo, estaba claro que en esta ocasión el sol y nosotros andábamos algo reñidos. Callejear por Muxía es también muy agradable, al igual que cuando visitas un lugar nuevo, para descubrir las casas de pescadores con sus peculiares estructuras. Después de la cena nos dirigimos hacia el albergue con la esperanza de poder cazar el atardecer, pero el sol, en este viaje tan esquivo, se escondió entre las nubes, tan solo dejándonos con algunos rayos de luz sobre las aguas del indoblegable océano. Así, nos despedimos de Muxía, de nuestra aventura jacobea.
4 de mayo. Al día siguiente organizamos nuestro viaje de regreso a Santiago de Compostela. Hay dos opciones, o esperar al autobús, o coger un taxi. Nosotros, al final y a consecuencia del tiempo, decidimos regresar a Santiago en taxi, y acabar de recorrer sus calles, además, teníamos pendiente la entrada a la Catedral. De nuevo, Santiago nos acogió rebosante de vida y, esta vez, con un sol espléndido. Volvimos a alojarnos en La Salle. Era extraño volver después de todos esos días de caminata. Los gemelos aún me dolían, pero el haber podido cerrar con éxito esta experiencia junto a mi padre podía con cualquier dolor. Nos sentíamos bien. Para celebrarlo y un poco saturados de tanto pescado, decidimos ir al Restaurante San Clodio (Rúa de San Pedro, 26), parar probar -bajo recomendación- su parrillada de chuletón. Si son buenos amantes de la carne, no duden en visitarles. Riquísimo.
Volvimos al origen del fin. La plaza del Obradoiro era para muchos el fin del viaje y para otros tanto el inicio de otro. Yo recomiendo detenerse en la plaza un instante, observar la fachada barroca de la Catedral, el Hostal de los Reyes Católicos -hoy Parador y antiguo hospital de peregrinos-, el Pazo de Raxoi, actual sede del Ayuntamiento, y la Universidad. Recuerdo que había músicos en la calle, alguna gaita y el bullicio de los peregrinos. Me gusta callejear por las ciudades nuevas, observarlo todo, prestar atención a los diferentes acentos, empaparme de la vida que pasa. Fuimos paseando por las calles empedradas y contemplando los soportales del centro histórico. Dejamos pasar el tiempo sin prisa y para despedirnos de Santiago de Compostela fuimos a comprar queso de tetilla y unas botella de Albariño en Casal Cotón, donde además de degustar algunos dulces y licores, la verdad es que pasamos un buen rato. Por último, decidimos cerrar nuestra estancia en Santiago, antes de regresar a Valencia, cenando unos pinchos mientras brindábamos por nuestro viaje.
5 de mayo. De Santiago a Valencia. Última noche en literas. La ciudad empezaba a despertar cuando le dijimos adiós. En la mochila se quedaban muchos recuerdos, muchos momentos bonitos. Por ello, me gustaría dar las gracias a todas las personas que nos cruzamos, a todos los albergues -yo les he hablado de unos cuantos, pero hay mucho dónde elegir- por el trato que nos dieron, a los camareros/as que nos atendieron y siempre tuvieron buenas palabras y anécdotas que contarnos. A los que nos llevaron las mochilas, especialmente a mí, porque mi espalda no puede cargar mucho peso. Alrededor del camino hay mucha vida, un tejido socioeconómico que permite que el peregrino haga su viaje, ya sea espiritual o personal, más cómodo. La verdad que ha sido una aventura en muchos sentidos y un hermoso recuerdo para guardar.
Como se dice por aquellas sendas: ¡¡Buen camino!! Pero recuerden, no solo en el camino, también en la vida. Felices sean.