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David Jiménez: “sin idealismo sería muy difícil ir a una guerra”

Texto y fotografía: Arantxa Carceller

El periodista y escritor David Jiménez (Barcelona, 1971), tras El director (Libros del KO) en el que desgranó la cara oculta del periodismo a su paso por la dirección de El Mundo, regresa a las librerías con El corresponsal (Planeta), una novela ambientada en la Revuelta Azafrán de 2007 en Birmania, que se nutre de su propia experiencia para acercar al lector a los claroscuros que envuelven la figura del reportero de guerra.

 Veinte años como reportero, numerosos países, ¿por qué Birmania?

“Birmania me marcó mucho. De todos los viajes que hice como corresponsal, Birmania me pareció bello, exótico, con una gente muy especial, en cierto modo era como un viaje en el tiempo, algo se detuvo en Birmania; y, por otra parte, eso combinado con una dictadura totalitaria brutal, que desde hace décadas oprime al pueblo birmano, me parecía el escenario ideal para situar una novela de aventura, amor, acción como es El corresponsal.”

¿Cómo una metáfora de lo bueno y lo malo que habita en el ser humano?

“Sí, los personajes que describo, esos reporteros que terminan atrapados en ese mundo birmano también tienen esas contradicciones, esas luces y esas sombras, gente capaz de jugarse el pellejo en un lugar olvidado del mundo, pero también de hacer trampas para que la exclusiva propia salga antes que la del adversario. Al final, un sitio donde se puede vivir con mucha intensidad y al límite la condición humana es Birmania.”

¿Es el corresponsal, como dice en su libro, un ser solitario, una especie de lobo estepario?

“Son un poco lobos esteparios, sí, ya alguien que se va a cubrir un conflicto a un lugar lejano, muchas veces olvidado, sabiendo que no va a encontrar ni demasiada fortuna económica ni fama ni a veces reconocimiento, creo que ya dice algo del tipo de persona que es. En el caso del corresponsal, todos esos personajes tan variopintos, que describo, son los que me he encontrado en los veinte años que fui reportero, parece mentira, pero son reales en casi todo. Y algunos de ellos son juguetes rotos, gente que ya no podrá adaptarse a una vida cotidiana, que han fracasado en su vida personal, que se sienten extraterrestres cuando no están en peligro y llevan muy mal el pasar de la guerra, con todo lo que eso conlleva, a la cola de la panadería. En esa inadaptación hay algún personaje como Daniel Vinton, que se pregunta si ha merecido la pena, sacrificar esa vida normal y si al final eso ha conseguido parar alguna bala o injusticia.”

“El mundo del corresponsal,

como yo lo conocí, ha desaparecido”

Son las incertidumbres de Vinton, las que nos llevan a preguntarnos ¿hasta qué punto esos bolígrafos pueden cambiar algo?

“El corresponsal necesita creer que puede mejorar las cosas con lo que hace, sin idealismo sería muy difícil ir a una guerra. Creo que te tienes que convencer a ti mismo de que puede tener un impacto y muchas veces lo tiene. Imaginemos que habría pasado si no hubiera habido testigos en Vietnam o Yugoslavia de lo que estaba pasando. Creo que sí que tienen esos personajes de El corresponsal, y los reporteros en la vida real, una dosis importante de idealismo, quizás no basado en la realidad, pero que por lo menos se convierte en su gasolina para poder seguir haciendo lo que hacen.”

En el libro habla de un grupo de privilegiados frente a un grupo, más joven, de periodistas que empiezan a vivir en la precariedad. ¿Cómo ve la situación del periodismo y la figura del corresponsal hoy en día?

“El libro que yo ahora he escrito, los jóvenes que salgan ahora de la facultad no lo van a poder escribir, porque será difícil que vivan la intensidad, la aventura, el reporterismo que yo tuve la suerte de experimentar. Ahora, es una profesión muy precaria, donde se hacen muchas cosas muy rápido, donde apenas hay tiempo para cubrir en profundidad y donde el clic de la noticia manda. Con eso, el mundo del corresponsal, como yo lo conocí, ha desaparecido.”

Si hablamos de ese clic de la noticia, ¿vivimos en una vorágine informativa de mayor caducidad?

“Hay desinterés en lo que pasa lejos, una indiferencia creciente hacia los problemas que no nos golpean directamente a nosotros y fatiga solidaria, se podría llamar, que hace que sea más fácil, simplemente, mirar a otro lado, cuando vemos algo que no nos gusta. Los reporteros de guerra suelen contar las cosas desagradables. La opción cómoda es mirar a otro lado y decir que esto no va conmigo. Lo cierto, es que todas esas cosas que ocurren en otros países acaban afectándonos. En Afganistán se organizaron los atentados del 11S en EEUU. El mayor ataque terrorista de la historia. ¿Por qué? Son muchas las razones, pero lo que sí sabemos es que Afganistán fue un país que después de la invasión soviética perdió el interés para el resto del mundo, y lo que estaba pasando ahí lo ignoramos hasta que nos golpeó. El mundo está interconectado, no puedes pretender vivir en tu pequeña isla y creer que lo que pasa más allá de tus fronteras no te va a afectar.”

¿Nos falta más reflexión frente a tanta inmediatez?

“Con las vidas que llevamos es muy complicado. Si tú trabajas todo el día y llegas a casa y tienes que ponerte al día de las labores domésticas o ocuparte de los niños, ¿tienes tiempo para leerte una noticia en profundidad sobre lo que está pasando en Birmania o Afganistán? A lo sumo, te pones delante del televisor y asistes a una supuesta tertulia de pseudo-periodistas, que se gritan, y comentan la actualidad política o la pelea del día. Ante eso, la respuesta de los medios ha sido dar rapidez y cantidad de estímulos, de una forma no tanto informativa sino de entretenimiento, y eso ha ido deteriorando el periodismo.”

“La mirada femenina al conflicto

 es muy importante”

Retomando Birmania, tras su vivencia, ¿cómo fue el proceso de revivirlo a través del folio en blanco?

“Me ocurrió que cuando estaba escribiendo el libro, hace un año, el ejército birmano dio otro golpe de estado y se volvieron a producir masacres de inocentes en las calles. Esto me llevó a revivir lo que ya estaba escribiendo en la novela, y es una de las batallas con las que tiene que luchar el corresponsal. A veces ni el periodismo que hacemos ni la justicia ni los actos de coraje, de un pueblo como el birmano, tienen premio. Cuando tú vives una revolución, que es, yo creo, un movimiento muy romántico para situar una novela, y ese movimiento fracasa, eso genera mucha frustración. Son las revoluciones fallidas, donde nada cambia, pero yo estoy convencido de que una y otra vez, los birmanos y en cualquier otro país donde haya esa represión volverán a intentarlo, porque la naturaleza, el espíritu, del ser humano es la libertad, no es vivir sometido a lo que dice una persona o grupo de generales.”

Por ello, ¿no hay noche que dure por siempre?

“Cierto. No sé si mantengo el idealismo de Miguel Bravo, el personaje que va a su primera revuelta y está convencido de que va a cambiar el mundo o al menos lo va a mejorar, pero, creo que para hacer periodismo tienes que mantener esa ilusión, aunque sea ficticia, porque si no quién iría a una guerra.”

¿Es entonces El corresponsal un homenaje a la figura del reportero?

“Es un homenaje a una manera de entender el periodismo y a un modo de vida que ha desaparecido, es el modo de vida de los corresponsales. Todo eso ha ido desapareciendo por esa inmediatez de la que hablábamos.”

En su novela, hay mujeres y hombres corresponsales, aunque no siempre fue así. ¿Qué supuso la irrupción de la mujer en un campo que hasta el momento era considerado sólo para hombres?

“Ahí fueron fundamental mujeres como Rosa María Calaf o en otros países, Oriana Fallaci, por ejemplo. Fueron pioneras y abrieron el camino a otras mujeres. Hoy, es mucho más normal encontrarte en conflictos o revoluciones, o en cualquier cobertura, a mujeres de lo que era antes, incluso cuando yo empecé. Y eso es muy bueno, porque la mirada femenina al conflicto es muy importante, aporta un extra de sensibilidad y humanidad. Mi experiencia es que las mujeres muchas veces se detienen en aspectos de los conflictos que van más allá de los partes militares o las crónicas bélicas, les importa mucho la educación, el papel de las mujeres, muchas cosas que a veces pasan desapercibidas dentro del recuento de víctimas.”

Por último, ¿qué lectura o enseñanza extrae tras sus veinte años como corresponsal?

“Cuanto más he viajado y más lugares he conocido y más gente me he encontrado en el camino, más convencido he estado de que las personas, y la naturaleza humana, no somos ni todo claridad, ni todo oscuridad. Somos más bien bruma, y en esa bruma es donde el periodista tiene que moverse e intentar descubrir qué hay más allá. Y eso es un poco lo que yo he intentado hacer, en el periodismo y la literatura. Aportar algo de luz a la naturaleza humana y por qué somos como somos, y qué podemos hacer para mejorar.”

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